lunes, 27 de mayo de 2013

Hedda Gabler

"What I found most intolerable of all was being everlastingly in the company of one and the same person"

Hay quienes nacen con vocación para el hastío. Alejandra sólo conoce el tedio absoluto y sus desenlaces. Por este motivo, la destrucción se ha convertido en su leitmotiv; a una mujer que está completamente aburrida no le queda más remedio que sumarse al absurdo juego del caos.
Alejandra se acuesta junto a su insípido marido, lo besa con desgano, apaga la lámpara y, en la oscuridad, toquetea las  dos pistolas que guarda en su mesita de noche. Pronto podría ser el final de su función, pronto.
Su esposo se despierta muy temprano para salir a trabajar, ella detesta cocinar, le prepara el desayuno con evidente desagrado y se despide de él con indiferencia. «¡Dios mío, qué hombre tan patético! ¡Qué vida tan patética!», grita, mientras lo mira desde la ventana de su monótona sala.

Tras soltar su ira en soledad, decide no llamar a su confidente como suele hacer durante sus mañanas de aburrimiento. Hasta el escape a la rutina se había hecho rutinario. Camina a su habitación y, con mucha calma, busca una de sus armas. Contempla la pistola, le da vueltas, la acaricia como si fuera esa hija que prefirió no tener; ha estado en esta escena un sinfín veces, la ha ensayado tanto que le resulta tan familiar como su acartonada relación. Sin cartas suicidas, sin llanto, al estruendo lo siguen el silencio y la caída del telón.

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