"What I found most intolerable of all
was being everlastingly in the company of one and the same person"
Hay
quienes nacen con vocación para el hastío. Alejandra sólo conoce el tedio
absoluto y sus desenlaces. Por este motivo, la destrucción se ha convertido en
su leitmotiv; a una mujer que está completamente aburrida no le queda más remedio
que sumarse al absurdo juego del caos.
Alejandra
se acuesta junto a su insípido marido, lo besa con desgano, apaga la lámpara y,
en la oscuridad, toquetea las dos
pistolas que guarda en su mesita de noche. Pronto podría ser el final de su
función, pronto.
Su
esposo se despierta muy temprano para salir a trabajar, ella detesta cocinar,
le prepara el desayuno con evidente desagrado y se despide de él con
indiferencia. «¡Dios mío, qué hombre tan patético! ¡Qué vida tan patética!»,
grita, mientras lo mira desde la ventana de su monótona sala.
Tras
soltar su ira en soledad, decide no llamar a su confidente como suele hacer
durante sus mañanas de aburrimiento. Hasta el escape a la rutina se había hecho
rutinario. Camina a su habitación y, con mucha calma, busca una de sus armas.
Contempla la pistola, le da vueltas, la acaricia como si fuera esa hija que
prefirió no tener; ha estado en esta escena un sinfín veces, la ha ensayado
tanto que le resulta tan familiar como su acartonada relación. Sin cartas
suicidas, sin llanto, al estruendo lo siguen el silencio y la caída del telón.
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